En el fútbol europeo, las semanas que deciden las competiciones suelen ser las de marzo-abril. En general, en esa época se definen los campeones, los descendidos, los clasificados a torneos internacionales. En Barcelona, a diferencia del fútbol europeo, las semanas claves empiezan en octubre, o incluso en septiembre, cuando recién ha iniciado el curso.
La primera escena, aquella de los más de cuatro jugadores que llegaron a la enfermería culé; la segunda, la desmerecida caída en el Allianz Arena contra el Bayern Múnich; la tercera, la sorpresiva derrota contra el Inter en el San Siro y, la más reciente, la doble desconexión de Robert Lewandowski con el centro del campo blaugrana son, a ciencia cierta, el preludio de una semana decisiva.
Sí. Una semana en donde el Barça enfrentará al Inter en el Camp Nou. Sí. En la misma semana, el Barça visitará el Santiago Bernabéu, por un clásico. Un clásico que, salvo que algo extraordinario ocurra, inclinará la balanza de La Liga.
Es la hora, en esencia, de demostrar que el Barcelona va por buen camino. Los dos partidos de esta semana son duelos directos por títulos. En caso de perder frente al Inter, el Barça se despedirá de la Champions, sin pena ni gloria, en la fase de grupos. En caso de ceder terreno ante el Madrid, el club catalán le entregará tiempo y espacio a un rival que es mejor dejar muerto antes que revivirlo.
La presión es un condimento que se respira a diario en las oficinas del Camp Nou. Laporta, preocupado frente a la deplorable masa salarial, sabe que, si el Barcelona no consigue un título esta temporada sus cuentas quedarán en números rojos. Los capitanes, por su lado, hacen caso omiso a las peticiones del presidente y, en contraste, deciden no disminuir su ficha y cobrar hasta el final de su contrato.
Del Barça duda hasta el más sabio. Incluso, los mismos jugadores del club catalán están envueltos en una manta de inquietudes, desequilibrios y miedos que, en lugar de ayudar a la plantilla, ejercen un sistema de presión asfixiante que reclama resultados inmediatos.
Ousmane Dembélé es el reflejo de las inquietudes que despiertan ansiedad, ira y admiración al mismo tiempo en los seguidores del cuadro catalán. El francés, vertiginoso en la pretemporada de Xavi, decepciona en el amanecer liguero. Ni los números, ni el juego, ni la constancia encajan en la filosofía del fútbol moderno. Lo único que deja el ex Dortmund en el Barça en la temporada 2022-2023 es un inexorable cambio de actitud. El compromiso, la disciplina y el trabajo son puntos que sumó el galo a su hoja de vida. Sin embargo, su nivel no convence y, además, afecta a sus compañeros.
En la actualidad, existen varios jugadores del Barça que comparten el sistema de Dembélé. Jordi Alba, pitado en el Camp Nou en el pasado encuentro ante el Celta, es otro sinónimo de irregularidad, de potencia y de poco ritmo. Kessie, reciente incorporación, no ha mostrado el brillo ni la fortaleza que le permitió instalarse en el AC Milan. Lewandowski, líder y referente de ataque, se ha desconectado del centro del campo en los dos últimos partidos.
En medio de toda esta novela llegan dos clásicos. Dos clásicos que dejan al Barcelona dependiendo de sí mismo. A diferencia de las campañas anteriores, en donde el club tenía que esperar resultados para volver a luchar por títulos, el Barça puede definir, decidir, o al menos inclinar a su favor la temporada desde octubre.