Opinión: Abrazos que rompen, distraen y traicionan
Primera escena: Joan Laporta abraza a Xavi el 25 de abril. La prensa catalana, emocionada, anuncia que el campeón del Mundo continuará con su proceso y que terminará su contrato, vigente hasta el 2025. Los jugadores, según se dice, estaban (al menos un grupo importante del vestuario) de acuerdo con la continuidad. La directiva confiaba en él mientras que él esperaba quedar en la segunda plaza de LaLiga EA Sports para clasificarse a la Supercopa de España.
Segunda escena: un mes más tarde, Laporta llama a Xavi a su despacho. El entrenador dirige la práctica del viernes, va hacia la oficina de la presidencia y conoce que no continuará al frente del club. ¿Nuevo abrazo de despedida? Difícil. Se rompió todo. En especial la confianza. La confianza de un lado hacia el otro. Todo parte de las declaraciones del entrenador en la rueda de prensa antes de enfrentarse al Almería, uno de los equipos descendidos de LaLiga (aunque existen más razones de fondo).
En otras épocas, los abrazos públcos entre dos referentes eran sinónimo de tranquilidad, de estabilidad, de armonía. En el siglo XXl, el abrazo, la palabra y el voto de confianza significa poco... o nada.
Es cierto que Xavi cometió errores en algunos partidos. Terminó la temporada sin títulos y eso en un club como el FC Barcelona es suficiente para un cese. No se entiende, de otro lado, la falta de coherencia. El sigue y tenemos fe en él de abril y el se rompió todo en mayo. El buscamos ganar el triplete y no se ganó nada. Se busca el culpable. Se corta su cabeza y el lunes con el anuncio de un nuevo entrenador todo estará tranquilo cuando en realidad los culpables son varios. Una estructura mal planificada desde hace décadas que año tras año recoge los frutos que ha sembrado.
La sociedad tiene memoria selectiva. El anuncio del nuevo técnico posiblemente distraerá a los aficionados, a la prensa e incluso a los jugadores, que en pocos días disputarán Euro y Copa América (algunos Juegos Olímpicos). Es un círculo vicioso en los últimos años de un club que continúa en proceso de reconstrucción, de una remodelación que parece eterna mientras que los días de gloria son cada vez más distantes.
No defiendo a Xavi por su proceso como entrenador. Ganó una Liga y una Supercopa. No es suficiente. Es el Barça. Lo defiendo, quizás, por el jugador que fue. Por el campeón del Mundo. La leyenda que integró un tridente mítico con Busquets e Iniesta. El líder, referente y, en especial, por el ser humano.
No se abraza y se le da la confianza a una persona a la que después se le pide la cabeza.
Es un abrazo de un Lannister a un Stark. De un Baratheon a un Bolton. De uno de esos tantos que terminaron mal en 'Juego de Tronos'.
No es coherente. Es un abrazo que rompe, que distrae a la afición antes de la final de la Champions femenina y que traiciona.
Que traiciona...